- Lo más importante es validar esa emoción, es legitimarla y darla por buena. - Debemos respetar sus emociones y empatizar lo más que podamos con él o ella. Debemos conseguir que nuestro cerebro emocional conecte con su cerebro emocional. - Escuchar con atención sus comentarios, escuchar con calma y no caer en el interrogatorio. - Estar cerca de él o ella es básico. Es posible que su corazón se haya acelerado, es posible que la temperatura de sus piernas haya bajado porque se queda ligeramente paralizado… ¡Permanezcamos junto a él! - Decirle que le entiendo y quizá pedirle que, si puede, describa ese miedo, que le ponga colores o sonidos musicales. - No evitar el miedo no ayuda a superarlo, todo lo contrario. Hay que buscar, en la medida de lo posible, las herramientas para ello. - Se puede buscar la solución de manera conjunta. Preguntarle qué quiere hacer ante la situación, preguntarle qué necesita y, sobre todo, no mitigar la situación. Qué pasa cuando son los padres los que tienen miedo En muchas ocasiones, los miedos de nuestros hijos e hijas nacen como consecuencia de los miedos de los padres, de las situaciones personales de los adultos y/o de alguna historia traumática ocurrida en el pasado. "Yo, por ejemplo, cuando era pequeña me atraganté comiendo jamón. Recuerdo perfectamente esos minutos de angustia y, de una forma u otra, esa experiencia me marcó. Cuando mi hija empezó a comer jamón, yo tenía miedo, pero no quería que mi miedo le limitara a ella; es por ello que le pedí que lo hiciera con calma, que masticara bien, que sintiera que no tuviera hebras, y así con el resto de los alimentos que pueden tener características similares", explica Marga Santamaría. Es muy frecuente que las madres o los padres limitemos la actividad de nuestro hijo por nuestros propios miedos, es decir, como a mí me da miedo patinar, no dejo que mi hijo lo haga, como a mí me da vértigo subir a la noria, no dejo que mi hija lo haga… Incluso muchas veces empleamos la frase “no hagas eso, que me da miedo”, pero no nos damos cuenta que es nuestro propio miedo y no el mi hija…. De esta forma estamos proyectando nuestros miedos en ellos y estamos haciendo que vivan mis miedos y no los suyos propios. Nuestros hijos aprenden de lo que ven, no de lo que les decimos, por lo tanto, la forma en la que yo me relacione con el agua, por ejemplo, va a ser condicionante para cómo mi hija se relaciona con el agua también. Por último, es importante, además, no generar situaciones que puedan llevar a tener miedo más adelante. "Cuando a nuestro hijo o hija le ponemos una lucecita por las noches en su habituación lo que hacemos es asociar este hecho con algo negativo. Tenemos la oportunidad de normalizar la situación desde el principio y que duerma en oscuridad. ¿No crees?", explica la coach educativa. Recursos para ayudar a los padres a afrontar los miedos en la infanciaA continuación te damos una serie de recursos que te ayudarán a acompañar a tu hijo en este proceso. Técnicas, cuentos, frases... ¡Todo para que el pequeño supere ese miedo que le inquieta y, a veces, le puede llegar a paralizar! AutorLidia Nieto Editora Jefe
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En primer lugar, debemos tener en cuenta que hay diferentes casos y diferentes maneras de actuar dependiendo de los mismos. Por ejemplo: - Niños que, desde la introducción de la alimentación complementaria, siempre se ha negado a comer verduras. En este caso debemos optar por ofrecerlas de diferentes maneras, de todas las que se nos ocurran, e incluirlas en todas las comidas posibles, para que se familiaricen con las diferentes variedades. En muchas ocasiones, al acostumbrarse a ver ciertos alimentos en el plato, se convierten en habituales, y el niño termina por aceptarlos con normalidad. Por el contrario, y si la realidad es que el niño se niega rotundamente ni siquiera a probarlas, podemos utilizar la táctica de incluirlas, enmascaradas, en la comida. Por ejemplo, en el caldo de las lentejas, en el sofrito de la paella o en una salsa boloñesa. Es mucho más recomendable que el niño coma las verduras sabiendo que las está comiendo, y que diferencie los sabores y texturas, pero en ocasiones esto es tarea imposible. - Niños que pasan por una etapa en la que rechazan las verduras. Los niños pasan por momentos en los que solo comen ciertos alimentos y por otros en los que rechazan cualquier alimento nuevo o desconocido. Las etapas, igual que llegan, se van, y no suele ser necesario insistir al niño. Por regla general, si se continúa ofreciendo la misma dieta, los mismos platos que se ofrecían antes, tarde o temprano el niño vuelve a comer la verdura con normalidad. - Niños que comen muy poquita cantidad de verduras. Muchos de los niños que comen muy poquita cantidad de verduras suelen además comer muy poquito del resto de los alimentos, lo cual debe darnos una idea de las cantidades que el niño necesita comer. No debe forzarse al niño a comer y debe respetarse que no todos tienen el mismo apetito. Niños que no comen verduras pero comen con entusiasmo fruta y legumbres. No es demasiado preocupante que un niño no coma verduras si está obteniendo sus vitaminas, minerales y fibra alimentaria, por ejemplo, de otros grupos de alimentos. - Niños que en casa no comen verduras pero si lo hacen en el comedor escolar.Normalmente, en el comedor, los niños suelen estar más abiertos a comer verdura, ya que sus compañeros lo hacen, por lo que puede ser una buena manera de alentar al niño a probarlas, y de equilibrar su dieta, por supuesto sin dejar de ofrecerlas en casa. AutorCarlota Reviriego Nutricionista El deporte inculca en los niños buenos hábitos sociales y educativos: - Le enseña buenos modales (a dar las gracias, a ayudar a los amigos, a felicitar al contrario cuando gana). - Le enseña valores esenciales (a respetar al contrario, a ser humilde, a esforzarse y perseverar...). Pero además el deporte enseña a los niños hábitos que van a ayudarles a escapar de algunas conductas de riesgo. Por ejemplo, el deporte enseña a los niños todo esto: - A llevar una vida sana. - A ser responsable. - A cuidar el sueño. - A tener una alimentación sana y equilibrada. Recuerda siempre que el deporte debe ser una afición, nunca una obligación para los niños. Si el niño se divierte haciendo deporte, aprenderá todos estos hábitos saludables de forma natural y disfrutará con ello, de tal forma, que él mismo rechazará todos esos otros 'hábitos' o conductas de riesgo que nos on compatibles con su afición deportiva. Siempre se asocia diversión en la etapa de adolescencia con 'salir de marcha', 'trasnochar', 'beber'. Son conductas de riesgo, que pueden 'transformar' la conducta de nuestro hijo. Pero, ¿Qué sucede si nuestro hijo practica un deporte y se divierte con él? Si tu hijo desde pequeño practica un deporte y disfruta con él, cuando llegue a la adolescencia y se le plantee esta otra 'forma de diversión', la rechazará, porque no es compatible con el deporte con el que tanto disfruta. Es decir, que los hábitos del deporte son opuestos a los hábitos de las conductas de riesgo. Además, los niños que practican un deporte, suelen tener amistades que comparten su misma afición, y podrá tener con ellos otra serie de conductas más afines a sus intereses. . AutorFrancisco Castaño. Maestro y autor del libro 'La mejor medalla: su educación'.
AutorMarga Santamaría |
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Febrero 2021
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